La locura de mi cuerpo

Testimonio escrito por Hana Aoi, con motivo del Día de la Memoria Intersex (8 de noviembre).

Leído durante la inauguración de la exposición Una fenomenología de los fragmentos, el 5 de noviembre de 2021

Mi cuerpo habla un lenguaje que escapa a la comprensión de mi cerebro lógico. Durante los últimos diez años, he tratado de comprenderle: su lenguaje no me es ajeno, yo me aliené durante mucho tiempo, para no volverme loca. ¿Qué es una “loca”, sino alguien que habla disparates, según los oídos de la razón cruel que, detrás del mito de la lógica descarnada «pienso, luego existo», justifica la violencia que vivimos?

La memoria de mi cuerpo es fugitiva. No soporta revivir la intensidad de aquellos ojos clínicos, que violaron la privacidad de mis genitales; aquellos dedos que hurgaron en mi carne herida, cortada por el escalpelo del cirujano pediatra que actuó “con las mejores intenciones del mundo”. La memoria de mi cuerpo se desvanece en las arenas movedizas del trauma. El trauma es la memoria de la que huimos, el alarido en el silencio. Mi cuerpo no habla con un lenguaje articulado, nunca le dejé hacerse de la palabra, porque de haberlo hecho, de haber hablado, de haber hecho las preguntas escabrosas, quizás me habría perdido en la Noche Silenciosa. Mi cuerpo, en cambio, habla con un lenguaje doloroso: desgarra mi piel con mis uñas, escribe con ácido sobre las paredes gastrointestinales, tensiona mi carne con miedo y con incertidumbre, ensordece mis oídos con acúfenos, asfixia mi respiración, deshidrata mis células, y consume la glucosa hasta el agotamiento.

Mi cuerpo habla con el lenguaje de la ansiedad, porque el mundo amable y bienintencionado que encarnaron aquellos cirujanos, aquellos endocrinos y urólogos pediatras, le resulta atemorizante. Mientras tanto, yo sonrío, yo escucho, yo mantengo una ecuanimidad aparente, me aferro en medio del naufragio al mástil invencible de la razón pura. Fui una niña madura. Fui una niña comportada. Crecí para ser una excelente analista de sistemas, porque sobreviví anteponiendo la razón y la lógica al dolor y a la confusión. El lenguaje de mi cuerpo es el lenguaje de la resistencia, ante el olvido y el silencio. La ansiedad que azota mi cuerpo desde que era una infante, la depresión causada por la rabia bien portada, y por tanto enmudecida, ha sido el lecho donde me retraigo para no volverme loca.

Pero estas palabras no tienen marcha atrás. Las arenas movedizas comienzan a traer consigo los hechos innegables, que acusan el fracaso rotundo de las buenas intenciones. “Hana está lista para la vida”, dijo el doctor Ulloa, del Centro Médico La Raza, en 1992, tras la vaginoplastía que nunca necesité, pero que se me impuso para que pudiera marchar por la vida como la mujercita heterosexual que todo el mundo, con sus mejores intenciones, esperaba que fuera, para no sufrir el rechazo no cuestionado de la sociedad, para conseguir, a través de la apariencia de naturalidad que la normalización genital y anatómica de mi cuerpo produjo, la ansiada felicidad: me despojaron de mis ovotestes, me mutilaron el falo entre mis piernecitas infantiles, cortaron y moldearon unos labios descarnados que son un remedo tanto de lo que eran como de lo que deseaban que fuera, y me prescribieron estrógenos para hacerme crecer unos pechos que a los ojos del mundo y de mi novia son hermosos, aunque para mi son un recordatorio de que esa mujer que construyeron a base de trauma y de mutilación no soy yo.

La memoria de mi cuerpo es fugitiva, hoy soy amable con mi cuerpo, le ejercito, le alimento, le curo la ansiedad hablando con él el lenguaje de la respiración, habitándolo, estando con él, escuchándole en sus alaridos que de vez en vez siguen ensordeciéndome y causando estragos en mi estómago e intestinos, o en mi faringe quemada por el reflujo. Escucho, porque dejé de escucharle tanto tiempo, lo que él y yo queríamos realmente, lo que deseábamos, que es lo que el corazón desea primero: el placer, la alegría, el disfrute. Hoy le procuro espacios para descansar, para correr, para recibir el beso del sol y la caricia del viento, hoy reímos locamente para no caer de nuevo en el silencio.

Peor que la locura de mi cuerpo, es el silencio y la normalidad que el mundo espera de él, de mi, de nosotrxs.