Hay una frase que se ha vuelto más o menos un lugar común entre aliadxs de la comunidad intersex, un poco como retomando de manera jocosa lo que ha sido un reclamo tácito: «que la I [de intersexualidad] no sea de invisible».
La cosa es que sigue siéndolo.
Somos una sociedad que depende enormemente de referentes visuales (y de referencia asociadas al sentido de la vista) para dar fe de la existencia de algo. «Ver para creer», «Santo que no es visto no es adorado», «Vine, vi, vencí». Sin embargo, desde una perspectiva de producción científica, esto es, de producción de conocimiento sobre una realidad que no es estática y que requiere un cuestionamiento continuo de las verdades que suponemos irrebatibles y evidentes por sí solas (como el sexo, nada menos), observar no es solo prestar atención a lo que se ve, sino también a lo que no se ve. De forma extensiva, escuchar es brindar nuestra atención a lo que se oye y a lo que no se oye. Una vez que los hechos saltan, siguen otros cuestionamientos: ¿por qué veo/oigo/siento/percibo esto, y por qué no otra cosa? Si tal cosa supone el silencio o la ausencia de otra, ¿en nombre de quiénes hay que escuchar el silencio y escrutar el vacío?

Cuando me he presentado en distintos foros, conferencias, ponencias, pláticas y encuentros, a menudo recibo la pregunta sobre cuál es el mayor problema que enfrentan las personas intersex. Más allá de que resulta difícil elaborar una jerarquía o una categorización donde un problema emerja como el más importante, me parece que uno de los prioritarios, a mi juicio el más urgente, sigue siendo aquel que me propuse abordar desde que empecé mi trabajo de pensamiento crítico y divulgación de las experiencias y problemáticas de las personas intersex: la falta de visibilidad de la intersexualidad. Aquí, es común la creencia de que la falta de visibilidad va asociada a una falta de personas físicas que ocupen un espacio material bajo un reflector de amplio alcance social. Es verdad que tales reflectores dan lugar a una mayor resonancia de los discursos que oponemos a la convicción hegemónica de que la intersexualidad es en realidad un trastorno o una anomalía de la diferenciación sexual. Tales discursos, lamentablemente reproducidos por personas que se enuncian críticas de las estructuras de género y poder que condicionan la libertad de nuestras vidas, son los que se producen desde una inercia histórica colonial, donde la medicina se abrogó la máxima legitimidad sobre el sexo y la manera en que este se manifiesta en la morfología de seres humanos, donde confluye, además, de manera deliberada en sus orígenes, un proyecto político que retoma la certidumbre de que el destino de las personas está en su naturaleza, y que la ciencia solo vuelve evidentes las asimetrías entre las personas según su raza, su sexo, su edad, su cultura, etc. En otras palabras, y volviendo al punto medular de este párrafo, hablar de la intersexualidad supone lograr posicionarse en algún lugar donde la experiencia soslayada por la medicina y por la sociedad pueda ser valorada y jugar algún papel trascendente en el cambio o transformación de una comprensión no solo «sana» sino «aceptable», o peor aún, «tolerable», del espectro de variaciones congénitas de las características sexuales que se presentan en las personas intersex. Pero el problema es que incluso llegar a ese lugar de enunciación requiere haber remontado creencias, axiomas y discursos, que pueblan nuestra mente desde que tenemos uso de conciencia, sobre el sexo, sobre lo que significa ser mujer y ser hombre, sobre lo que podemos hacer sin temor a ser violentadxs, discriminadxs, rechazadxs, despreciadxs. Poder romper el silencio supone salirse de la realidad que delimita lo que puede ser dicho y lo que no. Atreverse a decir lo que socialmente está prohibido, es algo que precede, a veces, la capacidad de mostrarse en público, desde un cuerpo que frecuentemente ha sido avergonzado, tocado, hurgado, lastimado, violado, humillado.
La falta de visibilidad de la intersexualidad no se debe a que las personas intersex «seamos invisibles»: se debe a que hemos sido construidos (materialmente: mutilados y cosidos en la carne abyecta) para ser invisibles a simple vista, perfectamente ocultos en la multitud de personas «normales», como la carta robada del cuento de Poe. Que «seamos visibles» implica otra cosa que solamente ondear una bandera o anunciarse en la cuenta de la red social como «intersex». De un tiempo acá, hay muchas personas que creen que son intersex. Más allá de lo contraproducente que resulta su presencia en los espacios de visibilización de nuestras experiencias, lo que molesta es la manera en que el resto de la sociedad acepta acríticamente la intersexualidad como una identidad más de una política que sirve para la reivindicación de los derechos desde una sexualidad o género disidente, pero no presta atención a los silencios y a los discursos que se pierden en el ruido de las reyertas digitales donde hay quienes usan la intersexualidad para evidenciar la inflexibilidad de discursos dicotómicos del sexo, y hay quienes usan el malestar de personas como yo acerca de estas prácticas para deslindarse de su responsabilidad social en la perpetuación de un orden binario del sexo (práctica que, convenientemente, olvidan mencionar que también detestamos las personas intersex).
La visibilidad intersex sigue siendo, a mi juicio, una de las tareas prioritarias del movimiento intersex, al menos, en México, a la par de la creación de redes interpersonales físicas y virtuales que permitan la escucha, la reflexividad y la teorización de otros marcos de entendimiento del sexo, del género y de la sexualidad, pero también de la experiencia en el mundo y a través del mundo, es decir, en la manera en que nuestras vivencias (a veces directamente detonadas por las prácticas médicas que supuestamente son hechas en nuestro interés superior, cuando fuimos infantes) van configurando nuestras relaciones, sesgos, forclusiones y fugas inesperadas de la «normalidad». No busco abarcar con estos argumentos la complejidad de problemáticas que atraviesan a las personas que han ido vinculándose a través de los años. Busco hacer evidente que nosotrxs, lxs invisibles, necesitamos algo más que agrupaciones hablando por nosotrxs, sin nosotrxs. Grupos que creen que saben qué es la intersexualidad, pero que solo reiteran retóricas identitarias o esencialistas del sexo en el cuerpo. Movimientos que siguen tratándonos como seres sin agencia o como personas de tercera clase, deslegitimadas, silenciadas ante el Leviatán del discurso y la mirada médica, que ha destruido vidas y familias al igual que ha destruido cuerpos con anatomía sexual atípica, cuerpos intersexuales, en aras de la «normalidad».