El deseo lésbico y la experiencia intersex

[Una aclaración importante: ninguno de los personajes en la imagen es intersex. Ni siquiera Haruka, sobre quien el fandom de la serie Sailor Moon ha escrito tantas teorías. No: tomo en préstamo lo que esto representa, en nombre de mi experiencia y de la de quienes la comparten conmigo por dos motivos: uno, porque Haruka y Michiru son un referente muy atractivo y representativo de una forma de amar, lésbica, de una mujer hacia otra; y dos, porque son un referente muy concreto de mi relación actual, que ha detonado la necesidad de articular esta publicación. No busco apropiármela, y no debería leerse así: busco volver visible un deseo lésbico indudable de parte de quien enuncia estas palabras, y compartido por muchas personas intersex como yo; la imagen fue hecha por KobuZero, y recuperada de esta página: https://weheartit.com/entry/85700097]

¿Por qué es importante hablar del deseo lésbico desde la experiencia intersex? Porque ese es uno de los aspectos más espinosos en el imaginario colectivo que exige la normalización de nuestros cuerpos. La normalización de un cuerpo nacido con variaciones de las características sexuales (es decir, la mutilación genital intersex), es también una exigencia en la producción de un deseo acorde al género. Anne Fausto-Sterling (AFS, Sexing The Body, 2000) nos recuerda cómo el deseo fuera de la heterosexualidad forma parte de las preocupaciones en torno a la intersexualidad. En la búsqueda de un sexo verdadero inscrito en el cuerpo, está en juego también el proyecto político de a quién está permitido amar y qué afectos son validados por la sociedad y ante la ley. AFS nos advierte que, dentro de los múltiples «usos» que se da a la intersexualidad (como si nos olvidáramos que hablamos de personas y enfocáramos la mirada en la ambigüedad que, en realidad, habita en la mirada plagada de prejuicios), se encuentra el de la explicación del deseo desde una interpretación irrefutable en los marcadores del sexo. 

En casos como el mío, de personas intersex asignadas mujeres al nacer y que hoy día seguimos en ese devenir mujeres (que es la única clase de experiencia por la que puedo hablar con certeza), amar a otra mujer es un devenir fallido a los ojos de la sociedad. Amar a otra mujer (sin importar cuán aceptado sea en este tiempo, y nos engañaríamos de pensar que lo es, basta ver la cantidad de crímenes de odio hacia las mujeres por amar a otras mujeres), sigue siendo una falla que se suma a la que ha sido depositada en nuestros cuerpos, por la que fue puesto en marcha un protocolo médico de normalización genital y corporal a edades tan tempranas que ni siquiera teníamos uso del lenguaje. Falla que sigue ahí, porque sin importar cuán exitosas sea la excisión de nuestros órganos, la cirugía y los procedimientos cosméticos, la marca no se disuelve en la nada. Ese protocolo médico parte de un principio que se resume en la frase que médicos en sus gabinetes de hospitales públicos y privados repiten sin cesar: «es para que puedas tener relaciones sexuales con tu esposo, cuando seas grande». La claridad del mandato heterosexual es evidente y brutal. Hay un miedo fundacional en la existencia de un deseo no normativo, atribuido a un cuerpo no normativo. La mutilación genital intersex, también, es una normalización del deseo en función del sexo asignado.

Para mí, uno de los recuerdos más nítidos que poseo es la pregunta del endocrino pediatra que trató conmigo los últimos años, allá en el CMN La Raza. Un joven talentoso y quizás hasta bondadoso, pero que atravesó una línea cuando, tras preguntarme por mi desempeño académico, preguntó por mi vida amorosa. «¿Tienes novio, Hana?», dijo, y yo respondí que no, pero me molestó la pregunta. Si hubiera dicho luego «¿O novia?», quizás me habría reído, aunque la respuesta fuera la misma. Me habría reído porque habría puesto en evidencia mi deseo reprimido. Me habría reído para relajar la tensión de saberme expuesta ante mi madre de un comportamiento que era socialmente inválido, y que sigue siéndolo. Pero la pregunto no surgió, porque esa no era una opción, ese no había sido el propósito de todas las intervenciones que me habían realizado. El propósito era que fuera toda una mujer, y para serlo, debía ser lo que una mujer debe ser: supuesta y de antemano heterosexual. De otra forma, el proyecto de cuerpo, de persona, de mujer, se venía abajo. ¿Habían decidido mal? ¿Dónde estaba la raíz del deseo? ¿Era realmente un hombre que sentía atracción por las mujeres? ¿O era bisexual, y eso tenía sentido por la ambigüedad mirada en mi cuerpo infantil y de él borrada? Esas no son preguntas mías: son las preguntas de los otros. Los otros: los que nos nombran hoy como trastornos o anomalías de la diferenciación sexual. Un cuerpo (inter)sexuado debe tener un lugar en el mundo, y debe amar e involucrarse sexo-afectivamente con alguien del sexo opuesto; todo en este enunciado está mal, porque supone un sexo verdadero, porque supone un sistema binario indiscutible, porque supone que un cuerpo intersex no puede ser como es.

En ese sentido, se juegan el cuerpo intersex de una mujer (¿o el cuerpo de una mujer intersex?), intervenido o no intervenido (al final, la intervención decisiva es la realizada por la mirada de los demás, la mirada de todos) y el deseo lésbico. Reivindicar el deseo lésbico desde la experiencia de mujeres intersex como yo no solo es un acto político, sino un ejercicio de libertad. Yo no me nombro lesbiana, porque eso no corresponde a mi experiencia, y esta es una categoría creada desde ese mirar heterosexual, dicotómico y dimórfico, para el que lo que excede a la norma tiene que ser clasificado. Pero hay quienes, como nosotras, las personas intersex, reivindican lo político y lo material del deseo bajo un nombre: lesbiana. En mi caso, lo que sí corresponde es visibilizar el núcleo del deseo, lésbico, sáfico, como quiera nombrarse: una mujer (yo, intersex) que ama a otra mujer, en un devenir continuo fuera de la norma heterosexual y en cuestionamiento continuo de las estructuras que condicionan mi manera de amar y relacionarme, desde un cuerpo puesto en duda y sometido a cirugías no consentidas, que a pesar de ellas ha remontado su ser en el mundo desde esa periferia de la ininteligibilidad de los cuerpos (inter)sexuados. 

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