No desaparecimos: reflexiones del abismo intersex.

Tantas cosas que quisiera escribir. Ahora mismo, algo se abre paso, urgente, sobre las demás: yo estoy aquí.

Pero podría no haber sido así.

Photo by Adnan Uddin on Pexels.com

Moré por mucho tiempo a la orilla del abismo que nos mira cuando le miramos. Como muchas personas que nos atrevimos a cuestionarnos, muchas veces sentí que sería devorada por la oscuridad. Hoy estoy tierra adentro. Hoy tengo flores en la ventana («It’s such a lovely day! And I’m glad you feel the same!»). Pero eso es reciente.

No quiero perderme en el pesimismo. El optimismo me invade con el cálido abrazo de mi amada, y percibo que mis palabras están reverberando en otras vidas que también claman justicia en nombre suyo y que comienzan a hablar de sus experiencias en defensa de lxs indefensos, en defensa de niñxs y jóvenes a merced de la benevolencia, la indiferencia o el franco cinismo de médicos, allí donde la medicina occidental regula vida y destino de los cuerpos de las personas, y que custodia celosamente la frontera del género (aunque para el caso, otras fronteras con otros nombres, también) que constriñe nuestras capacidades de vivir y de alcanzar el potencial de nuestros cuerpos, solo porque es un sueño irrealizable, una posibilidad no permisible, porque nuestros cuerpos tienen que ser cuerpos de mujeres o de hombres, y para serlo tienen que ser mutilados y alterados; para ser normales, tiene que infligírseles un daño irreversible que haga creíble la simulación de que nuestros cuerpos de mujer o de hombre son naturales, y ahí está la ironía doble: por un lado, que no hay nada de naturalidad en nuestros cuerpos forzados (y en la palabra forzados está la clave), solo hay violencia; y que nuestros cuerpos, naturales, ya eran, independientemente de la casilla donde se nos hizo caber y del sexo al que se nos asignó.

¿Por dónde comienza alguien a darle sentido a estas vivencias que nos abruman? ¿Cuándo? ¿Y cómo? Se me ocurre lo siguiente: se comienza por donde se puede. Cuando se puede. Y como se puede. Esto es esperanzador: de alguna manera, la necesidad de vivir, de sobrevivir, el deseo de superar esto, nos va abriendo un camino. Aquí, por ejemplo, ese camino lo abrió mi única verdad: mis palabras. Hay un manga (historieta japonesa) muy conocido sobre un espadachín en el último tercio del siglo XIX, Rouroni Kenshin. En un punto de la historia, Kenshin, el protagonista, está abatido y derrotado, auto-exiliado a un distrito de seres que han perdido en la vida, listo para dejarse morir. Listo para caer a su propio abismo, del que ha estado escapando durante años. Pero se encuentra con un hombrecillo que lo saca de ese lugar a partir de una observación: que todo ese tiempo, se ha aferrado a su espada. Y esa espada, una espada que no está pensada para matar porque tiene el filo invertido, es una metáfora de su verdad, de lo único que sigue siendo su referente, lo único que prevalece, incluso cuando todo lo demás ha perdido sentido.

Para mí, escribir ha sido ese referente. Escribir es lo que me ha permitido seguir cuando no ha habido nada más. Para otras personas que conozco, ha habido otros recursos, otros espacios, otras personas. Para las personas intersex que están hoy en pie, hay algo muy íntimo y muy propio que les impulsa, y que puede ser tan auto-evidente como la búsqueda de la verdad misma (la verdad de sus cuerpos, la verdad de su historia de vida), o que puede reflejarse en otras búsquedas: realización personal, profesional, amorosa, paz interior, o hacer estallar la revolución. Yo no sé cuál sería un catálogo completo de los motivos que nos mantienen en pie y de este lado del abismo, bordeándolo hasta al final conseguir alejarse de él, o convivir incluso con él en una tregua que permita, como lo hago cada que lo visito, recuperar un saber de unx mismx que no sabíamos que ahí estaba y que algo nos devuelve o algo nos reintegra para proseguir en el camino. Pero el abismo, como la sombra propia con la cual coexistir para estar unx completx (a la usanza de aquella sombra emanada del pensamiento taoísta con que Ursula Le Guin escribió Un mago de Terramar), es algo que solo ocurre dadas ciertas circunstancias. Y es algo que le deseo a todas las personas intersex que conozco y que conoceré, pero también y sobre todo a aquellas que no conozco y que quizás nunca me conozcan; porque esa sombra es espeluznante, y en el vacío y la profundidad insondable podemos llegar a ser engullidxs y perdernos para toda la vida, o perder incluso la vida.

Escribo esto porque hoy pienso en esas personas. Siento la necesidad de evocarles a quienes la normalización médica de sus cuerpos les ha destruido sus vidas a partir de fabricar con sus cuerpos, nuestros cuerpos, el artificio de la normalidad de los cuerpos sexuados y de la naturalización de su lugar como «hombres» o como «mujeres» a partir de interpretaciones simplistas de nuestra materialidad biológica. Quiero rememorarles hoy a quienes optaron por ponerle fin a la demencia que les fue inscrita en el cuerpo no por el proceso de diferenciación sexual, sino por esa maniobra dancística quirúrgica titulada «¡Vete, intersexualidad!» (aludiendo a Iain Morland en «Genitals are history»: Intersex go away), que, paradójicamente, termina produciéndola, y desapareciéndonos del cuerpo las posibilidades de una vida más rica y más libre, desde sexualidades diversas, desde lo que la vivencia de estas pueden dar pie. Esa es la silenciosa mayoría de la que hablan los médicos, pero no es una silenciosa mayoría, feliz y agradecida con la benevolencia de la medicina del siglo XX. No: es una mayoría que guarda silencio porque no puede o no sabe cómo hablar. Es una silenciosa mayoría que nunca podrá hablar, también, porque las lápidas no hablan, solo dan un testimonio silencioso. Quienes hablamos, quienes estamos aquí, lo hacemos porque de otra manera nadie hablará por nosotrxs. Porque, ¿quién podría hablar por nosotrxs, si el horror que vivimos nadie más lo ha vivido? (Y eso es bueno: por eso me parece un contrasentido que alguien se nombre intersexual. ¿Quién quiere ser intersexual? ¿Quién querría atravesar lo que nos han hecho vivir las eminencias con sus batas blancas y nuestros amorosos padres, con sus buenas intenciones aderezadas por el miedo que la sociedad le tiene a la diferencia ininteligible de nuestros cuerpos?)

Hoy tengo flores en la ventana. Las ofrezco en su memoria. Y sigo viviendo, porque vivo por mi y por ustedes también. Nos debemos y les debemos la felicidad y la justicia.

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