La mirada que sana la herida de este cuerpo

La vergüenza es la razón por la cual algo debe hacerse (Roen, 2008) […] la idea de que la cirugía de normalización puede mitigar la vergüenza coadyuva a traer de vuelta al bebé que se fantaseó y convertir la mirada de tristeza y culpa en los ojos de madres y padres, de modo que el infante vea un reflejo positivo de si. Lo que vuelve esto una fantasía médica destinada a fallar es que la simple oferta de la cirugía conlleva el mensaje de que esa criatura, sin alterársele [el cuerpo], no podrá ser amada.

Lih-Mei Liao, «Stonewalling Emotion», en Narrative Inquiry on Bioethics, 2016.

Las personas intersex podemos ser amadas. Pero quiero ser explícita: no solo amadas en cuanto a la amplitud del amor que mueve y da sentido a nuestros vínculos con el mundo: no, yo estoy hablando de ser sujetxs de ternura, de deseo, de cariño. Y también hablo de sexo. Las personas intersexuales también cogemos, y lo hacemos como todas las demás personas: como el cuerpo nos da a entender que se puede y a partir de los referentes de que disponemos. Lo que debe quedar claro es que eso sucede a pesar del daño que nos hicieron los médicos, y a veces también cuando estos nos «fallaron» (como se lo oí decir a una reconocida endocrinóloga mexicana en una conferencia hace varios meses) y no tuvieron más alternativa que dejar a nuestros cuerpos ser. El milagro ocurre a pesar de los prejuicios y por el simple hecho de que nuestros cuerpos son como son, sin necesidad de explicarse, sin necesidad de validarse, sin necesidad de adaptarse. Y como quizás ha quedado de manifiesto en algunas publicaciones anteriores, también podemos ser sujetxs deseantes, capaces de brindar ternura y cariño, de apasionarse en la carne, de construir el amor, haciéndolo.

Photo by Swapnil Sharma on Pexels.com

Esta publicación es una suerte de testimonio en este sentido.

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La cita con que abro alude a un maravilloso texto de Lih-Mei Liao, psicóloga clínica del Reino Unido, quien escribió algo que me sacudió tremendamente cuando la leí por primera vez: que la manera en que la vergüenza afecta a nuestros cuerpos es a través de la mirada de nuestras madres. Todo mundo tiene una relación difícil con sus madres, en mayor o menor grado, eso no lo dudo. Lo que Liao escribió, aclaro, va más en el sentido de cómo y por qué esa mirada resulta clave para comprender el «acuerpamiento» de la vergüenza, para comprender cómo se produce una brecha a causa del cuerpo social que se impone a nuestros cuerpos subjetivos. El papel de madres y padres en ese proceso es el de vehículos de la mirada social, y sus prejuicios son reflejo de aquellos de la sociedad. Por mucho cariño que pueda existir, la duda inicial repercute por el resto de la vida de esa criatura que es mirada con rechazo y desagrado; este tema ha sido desarrollado de forma visual por lx artista multidisciplinar Adiós al Futuro en una de sus más recientes piezas, Alone / AllONE (2019). En ella, vemos cómo lo que se supone que sería un acontecimiento feliz y lleno de expectativa, se torna en un evento traumático no solo para una familia desorientada por la información médica, sino para ese mismo bebé que se halla en un espeluznante silencio que configura su soledad y la duda que todos los ojos proyectan sobre su cuerpo. ¿Cómo se supone que una criatura así aprenderá/sabrá que puede ser amada? Este saber requeriría un momento fundacional de incondicionalidad, o al menos un proceso donde esta incondicionalidad pudiera ser construida. Pero Liao lo expone de manera clara: si se plantea que para ser amado, un bebé intersexual tiene que ser intervenido quirúrgicamente, ¿no es esa acaso una condición? ¿Cual es la certeza (si existe) con la que crece una niña o un niño sobre sus afectos más inmediatos? ¿Cómo se construyen los vínculos en etapas posteriores, si esto no es concientizado en algún momento?

Dicho esto, quiero aclarar: mis padres son seres tremendamente amorosos, y esto fue, sin duda, un factor fundamental para que pudiera sobrevivir (materialmente) la terrible crisis de depresión que experimenté hace casi un lustro. Estoy aquí gracias a ellos, pero también gracias a Laura Inter, y gracias a amistades y compañerxs de trinchera, en años más recientes. Pero hubo un momento, cuando yo no tenía más que días de nacida, en que mi cuerpo fue hallado en falta por mi familia incluso antes que por los mismo especialistas médicos. Es una gran tragedia, pero es algo que ya sucedió, y de lo que echo mano para crear consciencia de que los cuerpos con variaciones congénitas de las características sexuales (o sea, lo que socialmente se nombra «intersexual») son cuerpos con un potencial propio para desarrollarse, en toda la salud y las posibilidades experienciales que les son pertinentes. Nuestros cuerpos, como han nacido, aspiran a una manera específica de plenitud que le resulta inasible a la epistemología contemporánea de la biomedicina.

Hoy es un tema relativamente más fácil de abordar, y tan es así que lo traigo a colación no como una tragedia que me haya sucedido, pero tampoco minimizando lo acontecido; lo nombro porque estos cuerpos como los nuestros, que fueron mirados como inadecuados para calzar con una asignación sexo-genérica, y que hoy día siguen siendo interpretados así por la biomedicina (con todo y sus buenas intenciones de actuación bajo esquemas de derechos humanos y de bioética y avance hacia la autonomía progresiva de infancias y juventudes), son cuerpos que no necesitan otra cosa que una mirada diferente. Una mirada que deje de etiquetarnos como «intersexuales», como si ello conllevara una ontología inobjetable (por ahí, todas las personas que piensan que ello nos convierte automáticamente en personas fuera del binario o reforzándolo como un tercer sexo); y que deje de concebir nuestras diferencias corporales como «trastornos del desarrollo sexual», como «anomalías de la diferenciación sexual», y todos los conceptos patologizantes, estigmatizantes e impuestos con que se nos ha renombrado en manuales médicos de endocrinología pediátrica y de otras especialidades.

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Afirmo que la intersexualidad es algo que solo existe en la mirada de otrxs. No es una colección de diagnósticos y síndromes; no es un tercer sexo; no es el delirio de una verdad del sexo en el cuerpo ni su frontera. La intersexualidad es una construcción resultante de procesos históricos que solo hasta el siglo XX lograron aproximarse a la estabilización de identidades en cuerpos que se consideraran claramente diferenciados para ocupar un lugar en un mundo (occidentalizado) regido por el género, como ya Fausto-Sterling lo esbozaba desde el año 2000 en Sexing the Body (con trad. al castellano: Cuerpos sexuados, Melusina, 2006). Y es algo que se dice de nuestros cuerpos. Yo, Hana, me asumo intersexual solo allí donde esta palabra me habilita para nombrar las violencias que han sufrido nuestros cuerpos nacidos con variaciones de las características sexuales consideradas ambiguas o inaceptables. Pero fuera de esos espacios, soy solo Hana.

Ser mirada como Hana, no la que construyeron en los hospitales, sino la que deviene a partir de una poderosa manifestación de deseo y de voluntad. Esa es la verdadera Hana.

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La respuesta a la mirada que me diriges cuando estamos a solas es esa risa que nunca habías escuchado. La mirada tierna y cómplice de tu abrazo y el reposo de tu cabeza sobre mi pecho. La mirada anegada de deseo con que abarcas mi piel, que florece bajo tus manos y tu boca.

La tuya es la mirada que desmiente a los médicos que estimaron que la mutilación de mis genitales y la castración de mi cuerpo constituían el requisito para que pudiera ser amada, para «estar lista para la vida». Tu mirada es el bálsamo que sana la herida de este cuerpo.

Sé bien que estas palabras no te harán justicia, ni a ti, ni a tu mirada. Pero quiero decirte que tú y yo, por estar juntas, sí que le hacemos alguna justicia a nuestros cuerpos. La justicia que viene con el ejercicio del placer negado, y del afecto regateado.

This is me telling the world. Yet this is for you.

Ciudad de México, a 12 de febrero de 2020.

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