
Reflexión originada por la relectura de Los que se alejan de Omelas, de Ursula K. Le Guin.
Pensar que la concepción contemporánea de sexo y de género dependen fuertemente de la manera en que el discurso médico ha dirigido sus esfuerzos a erradicar las variaciones de las características sexuales.
Pensar que el derecho de cada persona a nombrarse «hombre» o «mujer» depende de la eliminación sistemática de nuestras posibilidades de experimentar el mundo con nuestros cuerpos (ínter)sexuados, libres de la violencia, la vergüenza, el silencio.
Pensar que la patologización de nuestros cuerpos infantiles es pilar de la norma heterosexual.
Pensar que el grito del deseo atrapado en nuestra carne es el silenciamiento de un llanto extinto, el olvido de un momento fundacional en que el amor nos fue escatimado
Pensar sobre esto me lleva a una ominosa conclusión: que de la intermitencia de nuestros cuerpos (ínter)sexuados, depende la felicidad y la estabilidad de la vastedad de una humanidad que ignora que el precio de sus certezas, comienza (y no termina) con el desconcierto de una niña de once años, intervenida quirúrgicamente en sus genitales, en una cama de hospital, en la pesadilla de una madrugada de verano.