Texto presentado el 17 de noviembre de 2017 en la Ciudad de Guatemala, durante el taller Experiencias Intersexuales, en el marco de la VII Conferencia Regional de ILGA-LAC.
Desde finales del siglo XIX, la ciencia médica se ha hecho cargo de la ansiedad social por definir los parámetros de la construcción social a la que llamamos «sexo», basándose en limitadas observaciones empíricas del cuerpo humano, vinculándolas con las expectativas de comportamiento social (que hoy podemos describir con los términos rol y expresión de género), para así establecer lo que es correcto y lo que no, en términos de anticuadas y restrictivas reglas de convivencia social. No sorprende que estas primeras observaciones provengan de médicos ingleses en plena Era Victoriana, ni los supuestos valores que ahí se plasman. Es la lente hipermoralizada de una época opresiva la que nos ha heredado un paquete de prejuicios y nociones, mismos que el común de la gente dan por descontado, y que se basan en un binomio más social que biológico; este escrutinio social tamizado por el óculo clínico es el que nos ha heredado, por ejemplo, el término hermafroditismo para describir condiciones que hoy se engloban bajo el término intersex.
Ante el reto que plantea para una sociedad así el nacimiento de un bebé cuyas características sexuales difieren de la configuración típica de los marcadores definidos por la ciencia médica para acotar la clasificación binaria del sexo, la respuesta de los médicos en el curso de los últimos cien años no ha sido siempre la misma. Como lo detalla la historiadora Sandra Eder en su estudio sobre la fundación de la primer clínica de endocrinología pediátrica del mundo, el primer enfoque dado por los médicos era el de reforzar el sexo con el que la persona se identificaba. Hay que recordar que, a comienzos del siglo XX, todavía era infrecuente que los nacimientos se atendieran en hospitales, y era más común la intervención de parteras y familiares en ese evento crucial. En ese sentido, en los casos de «ambigüedad genital», lo que regía era el sentido común y la buena fe de la familia antes que el dictamen médico para el asentamiento del sexo en las actas de nacimiento (donde se aplicaran; incluso el ordenamiento del registro civil no siempre era preciso ni abarcaba a la totalidad de la población) y para la crianza del recién nacido. «Sexo» y «género» eran conceptos intercambiables, sin definiciones tan concretas como las que poseen hoy día, en las primeras décadas del siglo XXI. Por ello, los casos de ambigüedad genital que los médicos recibían pocas veces eran de recién nacidos, sino personas ya desarrolladas, incluso adultas. En el caso de recién nacidos, lo que urgía era garantizar la supervivencia en casos, por ejemplo, de Hiperplasia Suprarrenal Congénita en su variedad clásica, antes que la atención a las características sexuales. No fue sino hasta la segunda mitad del siglo XX que el foco de la mirada clínica cambió, con el desarrollo de técnicas quirúrgicas y medicamentos que permitían la intervención de esa amenaza que para la sociedad representaban (y aún hoy representan) los genitales ambiguos en el cuerpo de un recién nacido. Esto, aunado a los postulados sobre la maleabilidad del género desde la crianza, estipulados por el psicólogo y sexólogo John Money, dieron pauta a una práctica que podemos describir, sin titubear, como una forma de violencia sistemática, instrumentada por la sociedad a través de la institución médica, principalmente; una violencia que se esfuerza por eliminar variaciones naturales de las características sexuales y con ello sostener la ilusión de la existencia de una indisociable díada social-biológica.
Me he permitido retomar estos antecedentes históricos como preámbulo extendido del tema principal de esta participación. Las violaciones a los derechos humanos de las personas intersex se manifiestan de muchas formas. La violencia médica sigue anulando el derecho de la persona a tener decisión, menos aún participación directa, en la toma de decisiones sobre su cuerpo y su identidad; en el activismo intersex, esta denuncia recoge a su vez la demanda por el respeto a la autonomía y a la integridad física y al derecho a la auto-determinación. Otro derecho fundamental es el acceso a la identidad jurídica, esto es, a ser registrado tras el nacimiento para así gozar de todos los derechos y beneficios amparados por la ley, tales como el derecho a la salud y a la educación; no obstante, el derecho a la identidad jurídica todavía suele estar condicionado a la realización de intervenciones quirúrgicas cuyo propósito es la «corrección» de «malformaciones» congénitas, términos todavía muy difundidos por médicos de todo el mundo y que solo buscan preservar una mirada patologizante de los cuerpos intersex. Para el acceso a la identidad jurídica, una alternativa propuesta de unos años acá, principalmente por personas desconocedoras de la temática intersex, es la creación de una tercer categoría de género, una que refleje la existencia de un tercer sexo. Lo cual, debe enfatizarse, es una forma terrible de representar la diversidad de las variaciones congénitas de las características sexuales. La propuesta sin duda es benéfica para sectores poblacionales que no se identifican con las categorías binarias y desean que esto se refleje en sus documentos de identidad y en su vida en general. Pero en el caso de muchas personas intersex, y sobre todo en el caso de niños, niñas y adolescentes, esta categoría no responde a sus necesidades más apremiantes, y de hecho desvía la atención de la violencia médica, sin duda el problema más urgente de todos. Más aun: tratar de asociar intersex con tercer género, o concebir intersex como un tercer sexo, no hace sino reforzar dos cosas: uno, las limitaciones y violencias sociales que establecen que sexo y género son categorías indisociables, y que según las características sexuales (que no es lo mismo que sexo) es el comportamiento social esperado; dos, el estigma prevaleciente entre la gente común acerca de los cuerpos con variaciones congénitas de las características sexuales; y aún tres: la invisibilidad y falta de conocimiento sobre lo que constituye el cuerpo de una persona intersex, el cual no es (no puede ser) uniforme o típico.
No existe un cuerpo intersex único, y son justo las diversas configuraciones derivadas del proceso de diferenciación sexual los que hacen que nuestros cuerpos sean distintos al nacer. Distintos no en una ni en dos categorías, ni tampoco en tres; distintos más allá de cualquier intento de categorización. Entender lo intersex como una tercer categoría sexo-genérica no contribuye en lo más mínimo a proteger los derechos y la integridad física de niños, niñas y adolescentes nacidos con variaciones de las características sexuales.
Las categorías jurídicas y burocráticas del sexo, al final, son marcadores destinados no tanto a evolucionar como a desaparecer. Así como en el curso de las décadas pasadas los marcadores de religión y raza evidenciaron su falta de relevancia, también el marcador de sexo desaparecerá, en beneficio de las libertades a las que aspira el ser humano. Pero en el proceso, la necesidad real de las personas intersex sobre este tema, específicamente la de recién nacidos, es la de crear marcos legales que salvaguarden su derecho a la identidad jurídica, protegiéndolos además de procedimientos por ellos no consentidos, y pujando en ese sentido por un respeto a su derecho a la autonomía. Asimismo, la creación de leyes de identidad de género que faciliten el cambio de marcador de sexo en actas de nacimiento y otros documentos de identidad (cartilla de vacunación, clave de identificación, etc.) a través de un procedimiento administrativo sencillo. Y sobre todo, que no se permita desviar la atención sobre cuales son los temas más acuciantes de la temática intersex, que tienen que ver esencialmente con la patologización y violaciones a los derechos humanos. La temática intersex es, esencialmente, un tema de derechos humanos. Y, en el esquema más amplio (the big picture), requiere la participación de todos los actores sociales para crear una sociedad consciente, inclusiva y respetuosa con la diversidad humana.
2 comentarios en “Esencialmente, es un tema de derechos humanos.”