Preocupaciones legítimas: ensayo de respuesta a un juez y a una visitadora judicial del TSJ de CDMX.

Hablar de intersexualidad exige, ante la falta de visibilidad, partir desde lo elemental. Exige, también, escuchar las dudas de quienes escuchan. Especialmente cuando vienen de actores clave en el escenario donde se desenvuelve la temática intersex.

Hace unas semanas tuvo lugar un evento orientado a una audiencia constituida por personas de los entornos jurídico y médico, centrado principalmente en el tema de infancias trans. Sin embargo, también se abrió un espacio dentro de dicho evento en el cual se tocó la temática intersex, el cual fue abordado desde la óptica de un endocrinólogo del Hospital Infantil de México (HIM), y de un sexólogo del Instituto Mexicano de Sexología (IMESEX). Si bien me parece deplorable la ausencia de algún participante que diera voz en ese foro a la experiencia intersex vivida, aquí me enfocaré en lo relevante que resulta que el tema ya está generando un interés serio entre los integrantes de estos ámbitos del quehacer social en esta país. Al menos en el discurso de ciertos sectores de la práctica médica, sobre todo aquellos donde existen nuevas generaciones de practicantes de la medicina que proclaman querer hacer las cosas de forma diferente a sus predecesores (esperemos que «diferente» de fondo y no solo de forma). Este evento sacó a relucir varias cosas, a saber:

  • Que una actitud de cambio de uno o varios médicos no basta si hay un entendimiento de las consecuencias de la aplicación de los protocolos que, en la práctica, siguen llevándose a cabo. Y este entendimiento solo se dará a través de un acercamiento constructivo entre ex-pacientes y médicos, los primeros para compartir su experiencia vivida, los segundos para escuchar y aprender.
  • Que existe un desconocimiento de la complejidad de la temática intersex, en la medida en que el primer acercamiento de muchos actores sociales clave sigue siendo a través del discurso médico, lo que acarrea el peligro de suponer que solo la institución médica tiene la autoridad para hablar de intersexualidad. Cierto es que así ha sido durante décadas, pero es un poco preocupante que instituciones como la que organizó dicho evento no contemplen la necesidad de un enfoque integral del tema, otorgando así (voluntaria o involuntariamente) un excesivo protagonismo a una perspectiva que tiende a transmitir un mensaje patologizador de los cuerpos intersex.
  • Que hay preocupaciones comprensibles por parte de jueces y actores jurídicos respecto a las repercusiones de garantizar los derechos de las personas intersex. Algunos ya perciben que la práctica de los protocolos actuales (tan eficiente o deficiente como la realidad mexicana lo permite) transgrede el interés superior de niños, niñas y adolescentes (NNyA) que, más allá de su edad, son sujetos de derecho. Este enfoque es bastante esperanzador, pues parte de una perspectiva no tan conservadora si se la compara con la postura de otros actores sociales con influencia en el país (por no ir más lejos, las facciones ultraderechistas vinculadas a la Iglesia católica). De hecho, es una perspectiva que apuesta por el respeto a la diversidad del ser humano y a los derechos fundamentales amparados desde la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Aún así, sus preocupaciones son las mismas de cualquier padre o madre, ante la hostilidad manifiesta de diversos integrantes de la sociedad en sus diferentes espacios, ante la disconformidad social que representa un cuerpo intersex, lo cual no es de extrañar dado que el sexo y la sexualidad de las personas están (sobre)cargados de atribuciones e interpretaciones culturales.

Más allá de la participación de los oradores (que, en mi apreciación personal, fue razonablemente buena, aunque, como ya establecí previamente, incompleta), ha sido la pregunta de un juez y la participación de una visitadora judicial, ambos del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, el motivo que me ha hecho reflexionar, y escribir esta publicación a manera de una respuesta que complemente ese entendimiento de la temática intersex que tanto hace falta.

«Yo así nací, así quiero ser»

La demanda elemental del movimiento intersex en México y en el resto del mundo es el respeto a la integridad física y la salvaguarda del derecho a la autonomía y a la auto-determinación. Y esto parte de una premisa básica: que la intersexualidad es el resultado natural y por demás saludable, incluso si atípico, del proceso de diferenciación sexual humana. Por tal razón, no existen fundamentos médicos para justificar una intervención quirúrgica o cualquier otro tipo de tratamiento con el propósito de normalizar el cuerpo de NNyA con variaciones de las características sexuales. Existe, eso sí, una preocupación social debido a lo atípico de esta circunstancia, que aunque en una cantidad considerable de casos es visible al nacer, no en pocas ocasiones se percibe solo hasta la pubertad (y, a veces, hasta la edad adulta; sin embargo, por el momento me enfocaré exclusivamente en las personas que, ante los ojos de la ley, son considerados menores de edad, y cuyos derechos universales se recogen en la Convención de los Derechos del Niño). Nuestra sociedad gradualmente ha ido reconociendo la diversidad sexual del ser humano, manifestada sobre todo a través de sus elementos más visibles: la orientación sexual y la identidad de género. Pero esto conlleva también una serie de fobias, de miedos, de fantasías; incluso personas que se describen a sí mismas como progresistas tolerantes son susceptibles de albergar este tipo de emociones y sentimientos, lo que produce una tormenta de confusión cuando se descubren a sí mismos madres o padres de NNyA cuyo sexo no puede ser determinado de acuerdo a la noción sociocultural vigente. No es que estos padres y madres sean repentinamente «homofóbicos», por decirlo de una manera; simplemente, no saben cómo reaccionar ante algo para lo que nadie los preparó, para algo que es un estigma, una fantasía a voces: el hermafrodita, el ser mitológico rescatado por la jerga médica de fines del siglo XIX para nombrar y describir estas variaciones de la diferenciación sexual. ¿Cómo podría alguien desear ser así? Es por eso que, toda vez que la ciencia médica, las técnicas quirúrgicas, la tecnología y la farmacéutica lo fueron permitiendo, la institución médica se abocó a brindar una «solución» a este «problema». Y por cuatro décadas, no hubo ningún cuestionamiento a esta práctica, sino hasta que comenzó a desarrollarse un movimiento que habló públicamente sobre aquello de lo que solo se guardaba silencio. Poco a poco, distintas voces surgieron, puntos de vista, propuestas, denuncias, pero sobre todo, narrativas de vida, testimonios de personas que habían sido sujetas a la práctica de estos protocolos. No había ya forma de revertir el daño, pero era posible imaginar un mundo diferente, y sobre esa idea, construir otras posibilidades. Surgieron también testimonios de personas que habían escapado a la intervención médica; siempre habían existido, pero solo a partir de los protocolos médicos fue evidente que no todas las personas con cuerpos intersex eran sometidas a tratamientos por sus características sexuales. Y aunque la sociedad pudo o no haberse ensañado con ellas y con ellos, habían podido adaptarse y vivir una vida sin comprometer su integridad física, y sin haber padecido nunca enfermedad alguna debido a sus cuerpos diferentes. Algunos, los más afortunados, los que habían sido apoyados por sus familias, luchando contra el estigma, y desarrollándose en ambientes más liberales, fueron capaces de manifestar abiertamente la dicha que les representaba tener un cuerpo intersex.

¿Por qué, entonces, la urgencia de la práctica médica por normalizar el cuerpo de un recién nacido? Por costumbre. Por miedo. Hay miles de racionalizaciones para armar un argumento a favor, pero ninguna razón que la sustente.

Aunque existen distintas posturas al respecto dentro del movimiento intersex, una de las más pragmáticas es la de conceder que, dada la generalidad de la sociedad actual, no es factible la aparición de un tercer género dentro del cual se encasillen los recién nacidos al momento de ser registrados. Esta propuesta, que en apariencia es sensible, puede recrudecer los escenarios de discriminación de NNyA durante su desarrollo. Además, favorece la racionalización de que, para evitar estos escenarios, es mejor intervenir quirúrgicamente, sin contemplar las consecuencias a largo plazo, por no hablar de la flagrante violación a los derechos de NNyA que eso representa, sin importar que se trate de menores de edad.  En todo caso, puede ser pertinente como una elección disponible para un adulto. La opción más sensata, creemos en este espacio, es asignar un sexo para fines de registro en el acta de nacimiento, sin condicionar procedimiento quirúrgico o tratamiento médico alguno cuyo fin sea modificar las características sexuales del recién nacido, y a fin de asegurar el derecho a la identidad jurídica. Es necesario aquí hacer énfasis en algo: aunque hay condiciones de salud asociadas al proceso de diferenciación sexual, concretamente algunas variantes de la Hiperplasia Suprarrenal Congénita (HSC) que requieren atención médica inmediata para garantizar la supervivencia del recién nacido, esto debe ser claramente disociado de las características sexuales. Es decir, en estos casos de HSC, es una deficiencia metabólica la que requiere se tratada, no las gónadas ni los genitales.

A la espera de la expresión de una identidad.

Una de las confusiones en las que incurren muchos médicos, incluso algunos psicólogos, es la de creer que el problema fundamental de la intersexualidad estriba en la asignación errónea de un género asociado a un sexo en la infancia. Esta creencia conlleva a suponer que el problema se reduce a una disforia de género. Nada más alejado de la realidad: muchas personas intersex no expresan una disforia, incluso si no se identifican del todo con un género en particular. La disforia implica un descontento o una falta de identificación con el género con el que le ha criado al niño, niña o adolescente; en el caso de las personas intersex, específicamente aquellas que fueron intervenidas sin mediar su consentimiento, no son tantos los casos de transición de género respecto al género de crianza como se supone. Si bien existen muchas personas intersex que también tienen experiencias trans, la mayoría cae en el escenario de identificarse con su género de crianza, o bien, de no identificarse específicamente con ningún género en particular (género no-binario). Por lo anterior, el argumento de detener las cirugías hasta que el niño, niña o adolescente manifieste una identidad de género es impreciso y hasta engañoso, pues reduce implícitamente la temática intersex a una cuestión de género. Y no es que el género no sea relevante. Lo es. Pero no es el motivo por el cual se busca generar consciencia sobre la necesidad de detener las cirugías en la infancia. Ya se dijo previamente: el reclamo fundamental es el respeto a la integridad física, y la salvaguarda del derecho a la autonomía y a la auto-determinación. Las cirugías pueden esperar hasta que la niña, niño o adolescente tenga elementos para opinar por sí misma/o y sobre sí misma/o, de una manera progresiva. Existen antecedentes legales en Colombia a este respecto: el consentimiento progresivo en NNyA con variaciones de las características sexuales es una práctica que permite una valoración continua de la intención de la niña, niño o adolescente acerca de lo que es un procedimiento irreversible sobre su cuerpo.

Lo que está en el centro de la discusión no es la identidad propiamente, sino la integridad física y la autonomía. No se trata, pues, de en qué momento intervenir quirúrgicamente el cuerpo, sino de decidir si existe intención de una cirugía para modificar las características sexuales; el momento de operar viene solo si el consentimiento progresivo demuestra una intención continua a través del tiempo de llevar a cabo los procedimientos.

La necesidad de (re)construir espacios sociales.

De-construir el género en la sociedad, es decir, desarmar las nociones binarias de la identidad de género, es un proceso sumamente lento y con muchos retrocesos e imponderables en el camino. No se puede construir un espacio social seguro para NNyA intersex teniendo esta idea un tanto utópica en mente. Pero la utopía, parafraseando a Fernando Birri, sirve para andar. Es un referente, no un destino. Hay violencias enquistadas en los estereotipos de género que ponen en riesgo la integridad física y psíquica de las personas, ya no digamos NNyA. Violencias que, incluso, cobran vidas. No es realista buscar construir espacios seguros a partir de una revolución, con la virulencia que esta conlleva. Es necesario, más bien, construir espacios seguros a partir de la inclusión. A partir de la educación. Y esto tiene que darse desde la familia: una de las propuestas sobre las que menos se enfatiza pero que más se requiere es la de brindar un ambiente terapéutico seguro a padres, madre y tutores de NNyA intersex, a fin de que puedan externar libremente sus temores, sus fijaciones, sus fantasías, sus fobias, etcétera. Un espacio donde puedan reconstruirse a si mismos, gradualmente, creciendo a la par de sus hijos e hijas y convirtiéndose en sus principales aliados. Ambientes como este requieren formación de terapeutas sensibles sobre la temática intersex, de forma que puedan promover un lenguaje positivo con el que se articulen los sentimientos y pensamientos de padres, madre y tutores. A la par, existe una labor social imprescindible para capacitar a prestadores de servicios de salud, educativos y centros laborales, a fin de construir los entornos tolerantes e inclusivos que se necesitan para el desarrollo pleno de las capacidades humanas de las personas intersex, desde su infancia hasta la edad adulta. También es necesario incluir la intersexualidad dentro de los contenidos de educación sexual, no como síndromes que induzcan una idea patológica sino como lo que se ha dicho con anterioridad: un resultado natural y saludable del proceso de diferenciación sexual.

Sobre la auto-regulación.

A manera de cierre, quiero incluir un comentario sobre la auto-crítica de la institución médica en torno a las prácticas aún vigentes. En efecto, la práctica médica puede (y debe) asumir una postura objetiva basada en lo que es un ejercicio libre de prejuicios y estereotipos, y emitir lineamientos bajo los cuales los médicos y profesionales de la salud se rijan. Pero la realidad es que la medicina, como cualquier otra área profesional, necesita también ser regulada por normas más allá del consenso puramente médico: al ser parte de una sociedad establecida y organizada por leyes, es necesario que estos lineamientos libres de prejuicio sean respaldados por el Estado de derecho laico en el que se supone que vivimos. Es aquí donde se tiene que dar un enlace entre sociedad civil (de la que personas intersex, médicos y profesionales de salud formamos parte) y los miembros de cortes y tribunales del Poder Judicial, los responsables últimos de definir las reglas que habilitan un entorno civilizado donde nadie está por encima de la ley.

 

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