Sobre un tercer marcador de género.

¿Sirve la existencia de un tercer género en nuestra sociedad?

No me refiero aquí a las comunidades donde de facto existe un tercer género. En estas, el tercer género tiene la misma función que los géneros binarios en la nuestra: establecer una definición de lo que se espera de las personas encasilladas en tal género, que van desde el comportamiento social pasando por la expresión a través del cuerpo, y contemplando en su sentido más amplio la identidad misma del individuo. Un tercer género sirve en un contexto social para distinguir los roles, expectativas y, a veces, corporalidad de la persona que lo encarna respecto a la dicotomía masculino-femenino, de la cual también hay un libreto implícito pre-establecido.

No; en este texto me refiero a la existencia de un marcador de género para las personas cuya identidad no encaja en las definiciones de la dicotomía mencionada. El tema es motivo de debate, pues algunas personas, a veces de los medios de comunicación (pero también del entorno civil y jurídico, cf. Pensamiento mágico) estiman que la existencia de un tercer marcador, un marcador «neutro» por así llamarle, representa al menos una promesa de solución para la problemática enfrentada por las personas intersex al momento de nacer y tener que asignárseles un sexo en el registro civil. Parece simple, pero no lo es. Ya lo menciona atinadamente Laura Inter, en una nota de su traducción al español del artículo Born Intersex, de Tatiana Kondratenko:

[…] Esa medida solo generaría discriminación hacia lxs niñxs intersexuales, al catalogarlos como pertenecientes a un “tercer género” […] esto provocaría que padres, madres y médicos buscaran apresurar las cirugías y tratamientos hormonales “normalizadores” con la finalidad de poder inscribir a sus hijxs en uno de los dos géneros binarios, como sucede en Alemania

El caso de Alemania es un buen ejemplo de lo que no se debe de hacer. En dicho escenario, la ley estipula una obligatoriedad en el registro del sexo del recién nacido, sin importar si no es posible una asignación de sexo basada en los criterios tradicionales, pero sin haber una legislación previa que detenga los procedimientos de normalización corporal. Al no existir este mecanismo que le preceda, los procedimientos médicos, sin importar que sean denunciados y reconocidos como violaciones a los derechos humanos, se siguen llevando a cabo, y el propósito de dicha ley queda eclipsada a causa de un grave error de entendimiento del problema de fondo: que no es la indefinición de un sexo legal lo que motiva a padres de familia a recurrir a los médicos, sino el estigma y los miedos y ansiedades no verbalizados que acarrea y que viven dentro del inconsciente de padres y sociedad, lo que termina por traducirse en un acto de violencia médica contra los recién nacidos intersex.

Por otro lado, el marcador de un tercer género ha sido celebrado por muchos adultos intersex que no se identifican plenamente en uno de los géneros masculino o femenino. Es común que algunos individuos (aunque este fenómeno no se restringe solo a nuestra comunidad) se identifiquen como de género fluido o de género no-binario. Hay otros que simplemente no se identifican como personas de ningún género. En estos casos, es comprensible que las recientes noticias de que en Washington D.C. o en Oregón es posible inscribir un género no binario en el marcador de las licencias de manejo, y de la próxima introducción de una ley similar en Nueva York y California, sean recibidas por muchos (activistas incluidos) como un gran avance, pues en efecto se reconoce la diversidad en la identidad de género más allá de ser nombrado como hombre o como mujer. Para muchos adultos intersex, esto representa un reconocimiento también de su persona. En este sentido, nos congratulamos también; pero desde este espacio advertimos que hay que ser cautelosos en la manera de divulgarlo, pues se corre el riesgo de inducir nuevamente la noción errónea en las mentes de muchas personas de que nuestra lucha se reduce a obtener marcadores de género que reflejen las identidades que llegamos a desarrollar, distrayendo así la mirada de la verdadera problemática: las flagrantes violaciones a la integridad física, a la autonomía corporal y a la autodeterminación de las personas intersex, desde el momento de su nacimiento, a través de los dispositivos médicos que llevan a cabo procedimientos, cirugías y tratamientos hormonales, con graves consecuencias latentes a la salud y al bienestar del individuo, solo con el propósito de solucionar una emergencia social sustentada en fobias y prejuicios.

En este espacio, creemos que una verdadera solución en el tema de los marcadores implica un cambio de fondo: su desaparición. El marcador de sexo, como lo recoge la Declaración del Tercer Foro Intersex Internacional, no debería formar parte de ningún documento de identidad. El sexo es un fenómeno eminentemente social. Su asignación basada en factores somáticos es una práctica que, por sí sola, resulta ociosa. Cierto es que nos encontramos en un tiempo y en una sociedad en los cuales los estereotipos juegan todavía un papel fundamental en el inconsciente de las personas, en tanto que los asumen, los replican y los esperan de los demás. No es de esperar que en el curso de los siguientes cincuenta años esta situación se transforme, pero es necesario ir generando un entendimiento de que la solución no está en multiplicar los marcadores de género, sino en simplificarlos. Y la única simplificación posible radica en su extinción. Desaparecer el indicador de sexo ciertamente no resuelve tampoco la problemática encarada por las personas intersex, pero va abriendo el camino para una comprensión del sexo menos anclada en nociones binarias, más abierta a las experiencias de vida. Las personas intersex somos un ejemplo claro de que biológicamente el sexo del ser humano es diverso, que hay más que solo una taxonomía binaria. Querer traducir esta diversidad manifiesta a términos de registro civil y marcadores de género puede resultar más perjudicial que benéfico, en una época donde la homofobia, la transfobia, la interfobia y, en general, todos los miedos a lo que no encaja en las definiciones rígidas de la sociedad, son motivo de violencia y discriminación. En otros contextos, quizá este paso resultase necesario, como parece serlo en los estados de la Unión Americana mencionados arriba. Pero en el contexto regional y local, plagado de violencias ultraconservadoras, considero que resulta más prudente y productivo continuar con una práctica de asignación legal binaria, al tiempo que se trabaja poco a poco (porque el entorno no necesariamente lo permite de otra forma) en ir cambiando la mentalidad de médicos, instrumentando leyes que protejan los derechos de las personas intersex, y educando a la sociedad de manera paulatina.

 

 

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