La bandera de otros (o de cómo hacen falta más voces e historias intersex).

Todos necesitamos de aliados en algún punto de nuestro andar por el mundo.

Sin embargo, a veces me pregunto qué tan valioso resulta el apoyo de algunos «aliados» que recogen algunos aspectos de nuestra persona para articular sus propias demandas. Pienso en este momento en quienes, a su conveniencia, hablan sobre la corporalidad no-binaria y las variantes de las características sexuales de las personas intersex, para así desmitificar diversos aspectos de la heteronormatividad como la identidad de género, para no ir lejos.

Como se ilustra en este cómic de la fantástica Sophie Labelle (un ejemplo de una verdadera aliada), muchas veces no somos más un buen argumento para la causa de otros:

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@assignedmale, de Sophie Labelle. Traducción de Laura Inter.

Lo anterior me aflige bastante porque, en el poco tiempo que llevo trabajando en pro de la visibilidad intersex, he atestiguado el cómo muchos grupos de activismo pro LGBTQ, sexólogos, académicos y estudiantes utilizan nuestra mera existencia para justificar sus casos, sus estudios, sus campañas de políticas públicas en favor de la diversidad sexual (mencionándonos pero dejándonos a un lado) y al fin hacerse de un nombre y una reputación de expertos, antes que interesarse genuinamente por nosotros y nuestras problemáticas cotidianas. Nos incluyen en el acrónimo LGBTQI (en México se usa LGBTTTI). Pero esa «I» sigue siendo desconocida e incomprendida, cuando no abiertamente ignorada, por esos mismos «aliados», que se acercan para solicitarte apoyo, sea el tuyo o el de la comunidad intersex, pero que no expresan el cómo van a apoyar de vuelta a la propia comunidad; en mi comprensión básica, un aliado pide, pero no se olvida de retribuir.

Cuando veo a esos «aliados» hablar por nosotrxs, en nuestro nombre, pero sin nosotrxs, y sin entendernos, y usándonos con descaro sólo para reafirmar los postulados de sus propias causas, me viene a la mente un dicho mexicano que reza: «¡No me defiendas, compadre!». O sea: «ya deja de ‘ayudarme’, porque me estás perjudicando». ¿Por qué perjudicar? Porque:

  1. Cuando un «aliado» no tiene un claro entendimiento de nuestra lucha concreta por consolidar nuestros derechos humanos; cuando no conoce las muy diversas características que nuestros cuerpos presentan y de las historias que hemos vivido dentro de esos cuerpos (la experiencia de una persona intersex puede ser muy diferente a la de otra); y cuando no tiene la claridad de los problemas diarios con que tenemos que lidiar (salud y asistencia médica, acoso escolar y en entornos laborales, dificultades con la familia y hasta con la pareja), ese «aliado» termina por simplificar nuestra existencia a un mero estereotipo («una persona intersex es una persona que tiene partes de ambos sexos», es solo una de las barbaridades con las que muchos «aliados» han llegado a describirnos). Al ocurrir esto, ¿cómo podemos esperar que el común de las personas comprenda nuestra demanda, o siquiera se entere de lo que significa la intersexualidad, cuando escuchan por primera vez de nosotros por boca de esos «aliados»?
  2. Cuando un «aliado» nos utiliza para sus propios objetivos, para desarmar las nociones de identidad y roles de género, para generar políticas públicas de inclusión que sólo contemplan los aspectos de orientación sexual e identidad de género (SOGI, por sus siglas en inglés), nuestras demandas específicas generalmente son excluidas. Es cierto que muchas personas intersex no se identifican con las definiciones típicas de género binario, y que hay otras que además tienen orientaciones no heterosexuales; pero nuestra lucha se debe a la existencia de un poderoso ente médico-social que no concibe la posibilidad de que una persona con características sexuales diferentes al estereotipo binario masculino-femenino pueda llegar a ser pleno y feliz tal y como ha nacido. Nuestra lucha es por la defensa de nuestros DDHH inalienables. Pero nuestros «aliados» fallan (no se si por falta de capacidad o por desinterés) en comprenderlo, y cuando sus propias luchas rinden frutos, no hay ninguno en favor de nuestras exigencias. Ni siquiera el citarnos como la «I» dentro de LGBTQI parece ayudar a que haya una mayor visibilidad de la intersexualidad entre el grueso de la población. No es visible la manera en que esas «alianzas» nos estén ayudando a sentar las bases de un futuro más promisorio para lxs niñxs intersex, por citar un ejemplo. No se ve cómo la mera sensibilización sobre niñxs de género diverso pueda beneficiar a unx niñx intersex, cuando que su realidad no necesariamente (ni únicamente) se define por una discrepancia entre identidad de género y sexo asignado al nacer; queda fuera el aspecto más importante de esx niñx: su corporalidad innata, sus características sexuales.

Ya en 2002, un estudio sobre la forma en que la intersexualidad era abordada en las aulas de los cursos de Estudios de Género (Koyama y Weasel, 2002. From Social Construction to Social Justice) sugería que para la agenda política LGBT no era claro que el activismo intersex requiriese de un enfoque diferente y «un conjunto de prioridades distinto que el del activismo de las comunidades LGBT» (la traducción es mía). Quince años han pasado, y la situación no es tan diferente.

La necesidad de contar con argumentos a favor de la deconstrucción de las identidades de género y de los roles estereotipados hacen de nuestra lucha, pero a veces de nuestra mera existencia, una herramienta útil para las otras luchas y debates. No puedo decir que esto sea negativo por sí solo. De hecho, la sola generación de ideas y reflexiones suele ser benéfico para todxs. Pero, ahora más que nunca, es tiempo de que sea el propio movimiento intersex el que asuma los reflectores que hoy están siendo ocupados, a nombre nuestro pero sin nosotrxs, por otras personas que no son verdaderos aliados, que no sienten un compromiso real con nuestra lucha. El micrófono, las ideas, las propuestas de ley, los procesos de sensibilización y alfabetización de las personas sobre el tema de la intersexualidad y la representación de nuestra comunidad ante entidades gubernamentales; en suma, la lucha por nuestros derechos humanos, debe de ser asumida plenamente por voces de adentro de la misma comunidad intersex, apoyados y acompañados (pero nunca reemplazados) por los verdaderos aliados que tienen interés en ver que nuestra lucha reditúe beneficios para la población intersex presente y futura. La invitación está abierta para las personas intersex a nivel local y regional, pues hace falta generar ideas y soluciones propias, aprovechando el apoyo y logros de las comunidades de otras latitudes, pero sin «tropicalizar» propuestas que no aborden los problemas de nuestros entornos. Por ejemplo: no es lo mismo ser una persona intersex en uno de los más privilegiados países de Europa Central que serlo en la comunidad más remota del estado de Michoacán; el primer caso enfrenta una lucha muy específica contra una cultura que confía a ciegas en la opinión de médicos altamente especializados y una industria farmacéutica que se beneficia de que los procedimientos hasta hoy practicados sigan su curso, porque cada vez que se le remueven las gónadas a una criatura debido a un pobre diagnóstico de malignidad cancerígena, se fabrica un cliente que requerirá terapia de remplazo hormonal de por vida. En cambio, una persona que vive en una ranchería, cuya familia aprende a guardar el secreto para evitar el estigma, que no es llevada nunca a una clínica porque no existe cobertura médica, puede vivir hasta llegar a ser adulta y descubrir su condición intersex sólo al recurrir por primera vez en su vida a un médico por un problema de salud completamente ajeno a sus características sexuales. Esa persona enfrenta entonces otra problemática, ya no de índole clínica, sino de índole social.

¿Cuántos de los que hoy se proclaman como nuestros «aliados» tienen clara la diferencia? ¿Cuántos de ellos tienen una idea de lo difícil que es hablar de intersexualidad con una persona que no puede articular su propia intersexualidad porque no tiene el lenguaje aunque la viva todos los días, y que por añadidura tiene que enfrentar la dificultades de un entorno socioeconómico desfavorable y muchas veces violento (realidad cotidiana de millones de personas tan solo en México)?

Esta reflexión surge en el marco del Día Internacional de la Lucha contra la Homofobia y Transfobia (IDAHOT). A menudo pasada por alto, la interfobia (aspecto que abordaré en otra publicación) también forma parte ya de esta lucha. De hecho, el acrónimo IDAHOT ha sido acompañado de unos años acá por otro más: IDAHOBIT, el cual incluye la intersexualidad y a otra comunidad acaso igual de desatendida e incomprendida: la bisexual. La visibilidad de nuestras demandas es una de las prioridades del movimiento, y esa visibilidad no la da otra cosa que el alzamiento de las voces de otras personas intersex y de sus historias. Sin esas voces, no se puede hablar de intersexualidad. Citando el famoso aforismo de Ludwig Wittgenstein:

De lo que no se puede hablar, es mejor callarse.

¿Hasta cuando podremos seguir callando? Por esto es que hace falta hablar, con nuestras propias voces, para romper el silencio, y enunciar nuestras necesidades y demandas, con nuestras propias palabras.

No podemos esperar ya que otros nos ayuden a conseguirlo; ciertamente, no podemos seguir permitiendo que otros enarbolen nuestra bandera para sus fines particulares. Incluso si lo que queremos es que sean las voces de nuestros aliados verdaderos las que nos abran paso y luchen a nuestro lado por sobre el oportunismo de otros, es imperativo que demos el primer paso, estrechemos nuestros vínculos, nos hagamos visibles (entre nosotrxs, por lo menos) y hablemos alto y claro.

5 comentarios en “La bandera de otros (o de cómo hacen falta más voces e historias intersex).

  1. Hola, a propósito de las temáticas que son mas o menos cercanas a lo intersex, quería preguntarte tu opinión sobre algo que igual y no es tanto del tema de esta entrada, pero no sabía dónde ponerlo. Tiene que ver con los debates sobre lo trans y lo cis. ¿Tú consideras que una persona intersex que no ha tenido una experiencia de transición es ‘cis’ por defecto? Como cualquier otra persona cis? Tú por ejemplo así te consideras?

    A mí me molesta un poco que me digan cis pero la verdad no sé bien porqué. Me considero aliada de lo trans. Pero siento que esto de nombrarse cis o trans es algo muy desde su discurso que no necesariamente comprende a lo intersex. No sé, siento que al asumir que debido a que alguien no es trans, deba ser cis, es insinuar que la persona no es intersex y la verdad es que pienso que muy poca gente tiene en mente la posibilidad de ser intersex cuando se trata de nombrar a alguien cis o trans. Yo no voy por la vida nombrándome como intersex, y percibo que la asunción subyacente, si uno no es trans, es que se es una persona cis ‘normal’, y por lo tanto con un cuerpo normativamente sexuado. Entonces a lo que voy es que Creo que ser cis o trans desde corporalidades intersex es algo más complejo que ese binomio, porque para empezar, alguien ha sido médicamente etiquetado como intersex precisamente porque su cuerpo no encaja como tal en un sexo normativo.

    Aunque por otro lado, lo cis y trans no refieren tanto a sexos y cuerpos, sino a la identidad de género en relación al género asignado al nacer, entonces desde ese punto quizá sí se puede conciliar las etiquetas de cis o trans con lo intersex. ¿Tú qué opinas???

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    1. Gracias por tu comentario, Bily. Sobre este tema ya he escrito algo previamente (el post de «¿Identidad intersexual?»). Coincido contigo en que una corporalidad intersex rebasa las nociones de lo cis y lo trans. Mi punto de vista es el siguiente:

      1. El uso de las etiquetas «cis» y «trans» en personas con cuerpos intersexuales es complejo. Cuando esto proviene de alguien afuera de la propia comunidad (o incluso de adentro), refleja una mentalidad muy simplista que solo evidencia la ignorancia y la falta de entendimiento de lo que significa la intersexualidad.

      2. Es altamente improbable que una persona con un cuerpo intersexual, consciente de su corporalidad, se llegue a referir a sí misma con la etiqueta «cis», porque lo «cis» implica necesariamente una validación de la heteronormatividad, misma que es desafiada por la corporalidad intersexual. Incluso si esa persona se juega desde un binomio identidad de género y orientación sexual aparentemente heteronormativo, la consciencia de la corporalidad intersexual implica una transgresión a lo heteronormativo.

      3. Más inapropiado e impreciso es que a una persona que desconoce la historia de su cuerpo intersexuado (esto es, sus características sexuales al nacer) se le denomine «cis» solo por haber desarrollado una identidad aparentemente heteronormativa (orientación-identidad-corporalidad), pues esta identidad se da desde un desconocimiento de la corporalidad propia que no es ignorancia electiva, sino consecuencia de un silencio forzado; no es una omisión, sino una imposición. Etiquetar como «cis» a una persona así es incurrir en el prejuicio.

      Yo te sugiero que no te molestes por el como otros se refieran a ti. El problema es del otro, no tuyo. Un abrazo.

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  2. Hola, Hana.
    Estoy muy de acuerdo con lo que dices. No lograba explicarlo bien pero creo que es justamente eso. Muchas gracias por tu respuesta, me gusta mucho leer tus reflexiones n__n

    Un abrazo

    B.

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