Cuerpos perfectos: la intersexualidad como forma de repensar el mundo.

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No es noticia: entre el común de las personas, la intersexualidad es desconocida, invisible. Lo que no es visible, no existe. Y lo que existe casi siempre son conjeturas, vagas referencias mitológicas, imágenes morbosas, erróneas. En resumen: una total ignorancia. Caldo de cultivo para la intolerancia y los prejuicios.

El común de las personas no sabe de la existencia de una gama de variaciones en las características sexuales del cuerpo humano; variaciones que, lejos de ser patológicas, representan una expresión natural y saludable de la diversidad humana. La existencia misma de nuestros cuerpos desafía las nociones muy difundidas de que no hay otra posibilidad más que una de dos configuraciones de características sexuales, vinculadas a su vez a dos únicas posibilidades de género: masculino y femenino.

Dicho de otra forma: para la sociedad, lo correcto son los modelos perfectos que se nos presentan a diario y en todas partes: libros de texto, doctrinas religiosas, medios de comunicación, expresiones culturales, literatura, cine, vaya, hasta en la erótica y (especialmente) en la pornografía. Lo irónico es que la abrumadora mayoría de la población JAMÁS cumplirá con esa expectativa del individuo caucásico de fisonomía plástica, ese individuo rubio cuyo cuerpo exuda poder y erotismo en el imaginario colectivo; porque, al final, de eso seguimos hablando después de todos estos siglos: del poder que otros tienen sobre unx.

Si un cuerpo no se ajusta a esas dos expectativas, tenemos una reacción social casi siempre negativa: en muchos casos, la solución es terminal. En otros, el secreto a voces. Y allí donde la esfera de influencia de la medicina occidental es fuerte, el escalpelo y las hormonas de reemplazo corrigen esta fuente de ansiedad social, irracional, como todas las ansiedades, pero eso sí, racionalizada por los miedos parentales. Muchos médicos parten del principio de que los padres no van a aceptar que sus hijxs crezcan con características sexuales diferentes al común. Pues, ¿cómo esperar que una criatura así pueda desenvolverse en una sociedad tan agresiva, tan violenta hacia la diferencia? ¿Acaso no se hace un favor al prevenir el sufrimiento psicosocial mediante dos o tres o cuatro o cinco o seis o siete o… el número de cirugías que sea necesario? ¿No es un precio ínfimo en comparación con la discriminación a la que se enfrenta el individuo que no es intervenido y que crece en medio de violencia física y verbal?

Somos invisibles porque la sociedad, representada por la comunidad médica en la cual se concentra gran parte del control y del poder que esta tiene sobre las nociones de cómo debe lucir un cuerpo humano, no da lugar a la posibilidad de nuestra existencia en la vida cotidiana. Pero también la sociedad se expresa a través de la familia, y a través de ella expresa rechazo: rechazo a un cuerpo diferente, al estigma social, todo siempre justificado por la creencia de que los padres saben lo que es mejor para sus hijxs en lo que sea, olvidándose que cualquier niñx, incluso si es recién nacido, es un sujeto con derechos que deben serle respetados. Y dos de esos derechos son el de la autonomía para decidir sobre procedimientos médicos y el respeto a la integridad física.  ¿Acaso estamos en Auschwitz, como para forzar tratamientos sin consentimiento, solo porque ese niñx es pequeñx y no se puede defender ni externar su opinión en ese momento, especialmente donde no existe la menor urgencia médica con respecto a sus características sexuales?

Pensar en la intersexualidad debe motivarnos a reflexionar también en la visión del mundo que hemos aceptado sin cuestionar. Transformar la sociedad no significa imponer un cambio radical de pensamiento; eso es mero adoctrinamiento. Se trata de promover una manera de percibir la realidad en libertad. Ya decía Erich Fromm que el individuo tiene una dependencia de su sociedad en función de que cumple un rol en ella, y en ese sentido,

el miedo a la libertad está acendrado a causa de perder esa seguridad que ofrece el pertenecer a la sociedad. Quizá la única libertad a la que aspiramos en el curso de nuestras vidas es a la de mirar críticamente el entorno que nos rodea, y hacer lo que está al alcance de uno para no hacer más daño, para aceptar y no juzgar, para no perseguir modelos inalcanzables.

Y en el camino, admitir que todos los cuerpos aspiran a la perfección no porque se asemejen a una imagen que evoca deseos de control y de poder; son perfectos porque, lejos de la percepción de ser «imperfectos», aspiran a ser saludables tal y como son, y a fungir así como vehículo de las personas para desarrollar su potencial de ser plenas y felices.

Tal y como han nacido.

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